No sabía qué hacer, qué pensar, ni adónde ir.
Sentía como a cada paso mi corazón se iba partiendo en pedazos.
No podía hablar, casi no podía llorar. Lo único que hacía era caminar y caminar.
Quería gritar, pero no me salía la voz.
Sólo escuchaba en mi mente resonar sus últimas palabras. Me sentía prisionera de ellas, de su contundencia, de su frialdad y de su falta de escrúpulos a la hora de sentenciar mi vida.
Me quedé por días casi callada. No podía comer. Mi garganta prácticamente no dejaba pasar aire para respirar.
Me sentía encadenada a mi estado, a mis emociones.
No podía pensar ni en recomponerme, no sabía por dónde empezar.
Me dolía todo; la cabeza, el cuerpo entero, hasta la piel.
Estaba a ciegas, o quizás sólo a oscuras. Sólo sé que no podía ver más allá.
Mi cuerpo estaba entumecido, sólo recibía oscuridad.
Tenía frío, mucho frío.
Estaba sola y encerrada, no tenía a nadie a quién pedir ayuda, aunque tampoco tenía voz para pedirla.
Nada sucedía dentro de mi. Todo se había detenido.
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Sentía mi sangre helada. Estaba casi muerta.
Sólo había vida fuera. Por una pequeña ventana la veía.
Escuchaba de lejos el sonido de los pájaros. Escuchaba a las hojas de los árboles danzar al suave ritmo del aire.
Pero ya nada sentía en mi; ya nada me dolía...Ni el corazón me dolía.
Pensé que era porque estaba anestesiado por tanto dolor, pero en realidad era porque estaba roto.
Sabía que un corazón roto, que no siente, es incapaz de sobrevivir, es incapaz de dar amor, pero también es incapaz de recibirlo.
Así que decidí que debía reconstruirlo. Tenía que sacar fuerzas de dónde no las tenía.
Con cada lágrima fui pegando los trozos, poco a poco, día tras día, momento a momento. Hasta que un día conseguí que volviera a latir.
En ese momento volví a la vida. Sentí el calor de la sangre corriendo por mis venas.
No sé cuánto tiempo estuve dormida, pero tuve la sensación de que fue una eternidad.
Pero ahí estaba, dispuesta a TODO. Primero por mí y después por todos aquellos que me habían ayudado sin yo ni siquiera pedírselo.
Era mi vida y necesitaba tomar las riendas.
No fue fácil, pero tengo que confesar que tampoco fue tan difícil.
Mi corazón está roto; pegado con celo, como suelo decir cuándo me preguntan.
Pero mi alma está intacta y juntas utilizamos las rocas de nuestro camino para construir. Nunca para destruir a nada ni a nadie.
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Grandísimo corazón este que se muestra para decirnos que sí se puede...Gracias. Me ha llegado al Alma!
ResponderEliminarGracias a ti. Ese era el objetivo, dar a conocer que todos pasamos por diferentes procesos que nos ayudan a crecer en la vida.
EliminarSin palabras,y saber que yo también pase por ahí,y poder leerlo y alegrarme de a ver pasado y sonreír...muy profundo y super bien explicado,enhorabuena y nunca dejes de sonreir
ResponderEliminarMuchas gracias!!
Eliminar"Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado y, tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante" (Mahatma Gandhi).
ResponderEliminarEl corazón roto "pegado con celo" con el tiempo se recompondrá pero... será más sabio ��. Sabe que debe cuidarse si "ha aprendido la lección". Enhorabuena por la sencillez, naturalidad y transparencia del escrito. Se entiende perfectamente lo que querías transmitir. Felicidades! Hasta el próximo!
Muchas gracias por tus palabras! Me gusta ver la vida como un tablero de juego dónde hay que aprender a moverse viviendo y sintiendo cada cosa que nos pasa y cada emoción que nos provoca. Es cierto, todo pasa por y para algo y es lo mejor que nos podía haber pasado, aunque esto último lo entendemos con el tiempo.
EliminarUn abrazo